Cuando Robinson Crusoe saqueó Guayaquil

No era una leyenda, el personaje existió de verdad
Cuando Robinson Crusoe saqueó Guayaquil
El mítico hombre que vivió en una isla desierta fue en realidad un perverso pirata que invadió el puerto principal, y ultrajó a nuestras bellas mujeres.
César Contreras
Ilustraciones e infografía:
A. Peñaherrera y E. Vivar
¡Quién no ha escuchado hablar de Robinson Crusoe, la novela del escritor inglés Daniel Defoe, que narra la tragedia de un náufrago escocés que vivió muchos años en una isla desierta!

Pues bien, lo que todos creían que era una obra fantástica de la literatura universal, es en realidad una historia basada en hechos verdaderos, en la que el supuesto “héroe” fue más bien un pirata que saqueó galeones y puertos españoles alrededor del mundo, entre ellos nuestra querida ciudad de Santiago de Guayaquil.

Alexander Selkirk se llamaba el personaje que dio vida a Crusoe. Él fue parte de diversas expediciones lideradas por el famoso y temido corsario inglés William Dampier.

En uno de estos viajes, Selkirk, quien era el segundo en mando del galeón “Cinque Ports”, se amotinó en contra de su capitán, el joven e inexperto navegante Thomas Stradling. El mal manejo del barco y los problemas de salud y epidemias que afectaban a la tripulación, hizo que “Robinson” se revele y enfrente a su superior. Tras airadas discusiones, Selkirk decidió abandonar la embarcación en octubre de 1704, exigiendo que lo dejen en la isla de Juan Fernández, ubicada a cientos de millas al oeste de Valparaíso, Chile.

El islote era guarida y punto de reparación de naves piratas inglesas. Fue por esto que el corsario desertor pensó que al refugiarse ahí, sería prontamente rescatado por algún galeón británico. Sin embargo, pasaron los años y nunca llegó nadie.

Como dice la obra de Defoe, “Crusoe” aprendió a vivir con animales, construyó viviendas y herramientas, y se defendió de ataques de indígenas que vivían en islas aledañas. El misterioso personaje “Viernes” fue de hecho un indio, a quien Selkirk llamó “Will”. Solo y en medio de la indómita naturaleza, tuvo que esperar 4 años 4 meses para ser rescatado.
EL RESCATE
Un grupo de banqueros londinenses conformó una nueva expedición para capturar riquezas de tierras americanas. Ellos contrataron al capitán Woodes Roggers para que comande una bien armada tripulación, y los galeones “Duque” y “Duquesa”. Al mando de las embarcaciones se encontraba William Dampier y Edward Cook, ambos de una vasta experiencia surcando los mares del mundo.

El 2 de febrero de 1709, la flota llegó a Juan Fernández, divisando desde lejos unas edificaciones y fogatas. Los ingleses pensaron que se trataba de sus enemigos españoles, por lo que izaron banderas francesas para confundirlos. Al enviar una lancha a fin de investigar el inhóspito terreno, encontraron a un ermitaño lleno de barba, vestido con piel de animales y de apariencia salvaje. Al subir a bordo, Dampier reconoció a su viejo compañero de aventuras y subalterno, nombrándolo inmediatamente contramaestre de una de las naves.

El 27 de febrero de ese año, dejaron la isla con rumbo hacia el norte. Dampier, quien siempre codició adueñarse de Guayaquil, le propuso a Roggers invadir la apetecida Perla del Pacífico.
UN VIL ENGAÑO
Al acercarse al puerto, los corsarios capturaron tres navíos patrios, llenos de esclavos y mercancías. El 3 de mayo, los invasores anclaron en las afueras de la ciudad, invitando a subir a bordo al joven Corregidor de Guayaquil, Gerónimo Boza de Lima y Solís, a quien le ofrecieron descaradamente la venta de los esclavos y objetos que recién habían robado.

Tras agasajarlo con un banquete y licor, Roggers y Dampier amenazaron con saquear y quemar la ciudad, si es que no les entregaban 50.000 pesos de oro. Gerónimo Boza, lleno de temor, pidió contribuciones a las familias pudientes para evitar la desgracia.

Sin embargo, los perversos intrusos no dieron tregua y comenzaron a pillar y devastar todo lo que veían al frente.
SACRILEGIOS Y HUMILLACIONES
Ni siquiera los templos se salvaron de su maligna ambición. Tras robar los objetos que encontraron en su interior, encendieron en llamas las iglesias de Santo Domingo, San Agustín, San Ignacio y San Francisco. No contentos con estos actos sacrílegos, los piratas, en grupos de 5 y 6, escandalizaron las calles y plazas porteñas con acciones por demás inmorales. Sin el más mínimo respeto hacia el pudor, los corsarios sometieron a nuestras mujeres a las más crueles humillaciones.
No hubo niña ni señorita que se salve de sus más bajas pasiones. Además de violarlas, las obligaban a bailar prácticamente desnudas en los bacanales que ellos armaban en plena vía pública.

Roggers envió a Alexander Selkirk, quien no había estado con mujer alguna por muchos años, a que saque de sus guaridas a las féminas que se habían refugiado en las afueras de la ciudad. La calle Numa Pompilio Llona era la vía secreta usada como medio de escape de la población en caso de invasiones.

Sin saber qué más robar, profanaron tumbas y fosas para despojar de sus objetos de valor a los muertos. Guayaquil tuvo que soportar estos vejámenes por casi 100 días, hasta que los agresores cayeron víctimas del “mal de Siam” o fiebre amarilla.

Finalmente y después de que algunos murieron producto de la enfermedad tropical, decidieron marcharse con destino a Panamá, no sin antes recibir 30.000 pesos de oro.

La ciudad volvió a ser presa de la maldad de los viles piratas, en esta ocasión, hasta del propio Robinson Crusoe.

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